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viernes, 19 de febrero de 2016

Un debate sobre el sorteo en la Asamblea Nacional Francesa. Un comentario de Francisco Carballo



En Francia, en octubre de 2015, el grupo de trabajo denominado El futuro de las instituciones presentó el informe Rehacer la democracia, en el que se dan cuenta de las actividades desarrolladas durante un año y se presentan los resultados bajo la forma de diecisiete propuestas para la mejora del funcionamiento de las dos cámaras de representación política: la Asamblea Nacional y el Senado.
El grupo fue creado y dirigido por el presidente de la Asamblea Nacional y estaba formado por once parlamentarios, de todos los grupos políticos, y por doce expertos de diversos ámbitos (mundo de la empresa, sindicatos, intelectuales y académicos), en total veintitrés. Para la elaboración del documento con las propuestas, el grupo recurrió a treinta y una personas, todas ellas especialistas en alguno de los temas sobre los que se trabajaba. Cada invitado hizo una exposición y a continuación se debatió con ellos sobre el tema en cuestión. Finalmente, con toda esa información, cada miembro del grupo de trabajo debía responder a un cuestionario compuesto por 133 preguntas. Las respuestas se registraban en una escala de preferencias, del 1-5, en la que se mostraba en qué medida se estaba más o menos de acuerdo. Del siguiente modo: 1 (en absoluto de acuerdo), 2 (más bien en desacuerdo), 3 (abstención), 4 (más bien de acuerdo), 5 (totalmente de acuerdo). Los registros se trataron calculando la media aritmética para cada pregunta, obteniendo así un valor numérico que expresa el mayor o menor consenso en cada caso. En base a esos resultados y al de los contenidos de los debates, se redactaron las diecisiete propuestas. Toda la información sobre este grupo, su composición, el informe final, los videos y otros detalles, pueden verse en este enlace: http://www2.assemblee-nationale.fr/14/autres-commissions/avenir-des-institutions
Entre los expertos invitados por este grupo de trabajo, se encontraba Bernard Manin, reconocido internacionalmente por sus trabajos sobre el liberalismo, la democracia representativa y la deliberación. Su libro, Los principios del gobierno representativo, es un trabajo fundamental para los estudiosos de estas cuestiones y una obra de referencia para orientarse en la reflexión sobre el uso que se hacía del sorteo en las democracias antiguas.
A Bernard Manin se le pidió hablar sobre el tema de la representación. Una buena parte de su intervención y del posterior debate se centró en su propuesta de introducir el sorteo en la selección de grupos para el desarrollo de diferentes tareas vinculadas a la deliberación política. Trataremos, a continuación, de resumir los argumentos que se expusieron en ese debate.
 Preguntado por los desafíos a los que se enfrentan las democracias modernas, en un momento en el que la representatividad de las instituciones políticas está cuestionada y en el que los ciudadanos exigen más participación, Manin organizó su reflexión en torno a tres puntos.
En primer lugar, se trata de constatar el hecho de que los ciudadanos reconocen poco a sus representantes y tienen una opinión cada vez más negativa sobre ellos. A pesar de lo cual, defiende Manin, no puede hablarse se desafección política simplemente analizando los datos de la abstención en los procesos electorales. Esta idea se refuerza con el hecho de que la participación aumenta en función del tipo de elección y del momento. En todo caso, defiende, cabría hablar de una desafección “intermitente”. De este modo, argumenta Manin, es más justo pensar que el sistema representativo está en crisis desde sus comienzos y a pesar de ello, su capacidad de adaptación no se ve mermada. El descrédito de los representantes políticos aumenta porque son percibidos como un grupo cerrado sobre si mismo, sobre sus intereses particulares y los de sus partidos, y alejados de las preocupaciones de los ciudadanos. En la percepción de los representados, la pertenencia a ese grupo común, el de “los políticos”, es más importante que las diferencias políticas y programáticas entre los diferentes candidatos. De este modo, el sistema representativo conforma gobiernos de élites que no se ven obligadas a atender las demandas de sus representados. Como consecuencia de todo o anterior, dice Manin, el gobierno representativo combina elementos democráticos y elementos poco democráticos.
En segundo lugar, Manin subraya el problema de la representatividad, en un sentido estricto. Puesto que los ciudadanos no se reconocen en sus representantes, ¿qué representatividad tienen éstos? En este punto, Manin discute los análisis que el grupo de trabajo había presentado como documento previo a su intervención. A juicio de los miembros del grupo, el problema radica en la distorsión entre las características sociales de los miembros que componen las cámaras y la mayoría de la población. Sin negar esa distancia evidente, Manin descarta que la falta de reconocimiento se deba a esas diferencias. En cualquier caso, no considera que el criterio de semejanza social pueda constituir el principio fundamental de la representación y recuerda que los deseos de un grupo determinado pueden ser perfectamente tenidos en cuenta por personas que no compartan sus mismas características sociales. Pese a lo anterior, se muestra favorable a establecer mecanismos correctores (cuotas) en función de diferencias estructurales y estables, por ejemplo, como en el caso del género. Dichos mecanismo correctores, también son necesarios para compensar situaciones que puedan discriminar en un sentido negativo a algún grupo de población, en términos de representatividad. Lo fundamental de tales mecanismos de corrección es que tienen que ser eficaces y no meros instrumentos de propaganda para ser exhibidos con fines partidistas. De ser así, el efecto de legitimación que pretenden, será muy limitado.
El tercer conjunto de reflexiones las dedica al mecanismo del sorteo. Manin recuerda que en los últimos veinte años, se están desarrollando por todo el mundo multitud de experiencias prácticas que recurren al sorteo para elegir miembros de asambleas ciudadanas o de grupos de deliberación, como en el caso de Canada o de Irlanda. Pero más que de las particularidades de un caso en concreto u otro, lo que nos interesa ahora es sintetizar las ideas que desarrolló sobre el sorteo en este grupo de trabajo.

En primer lugar, hay que decir que el modelo de sorteo que defiende aquí Manin, está limitado a grupos orientados a la deliberación y a la discusión. Hemos de recordar que se trata de recomendaciones hechas para una institución que trata de reflexionar, de un modo realista, sobre posibles reformas a adoptar para mejorar su funcionamiento y su legitimidad. Por lo tanto, Manin defiende un uso limitado del sorteo a tareas informativas, llevadas a cabo por ciudadanos “ordinarios”, que pudieran orientar las decisiones que deben tomar los representantes elegidos en las urnas. Este uso de las asambleas deliberativas, intuye Manin, reforzaría la legitimidad de la representatividad política, ahora puesta en cuestión, por la vía de la representatividad social. Este mecanismo ayudaría a mejorar la credibilidad y la confianza en las instituciones. En términos operativos, las asambleas sorteadas estarían asesoradas por expertos del tema a tratar y por lo tanto sometidas a un intenso proceso de aprendizaje.
Manin insiste en repetidas ocasiones sobre esta dimensión del aprendizaje y explica que en ella reposa la diferencia fundamental entre una asamblea sorteada entre ciudadanos “ordinarios” (se refiere con esto, a que no son especialistas de ninguna materia, ni políticos profesionales o militantes) y un grupo de personas que discuten, organizados por ejemplo, en torno a un grupo político o cualquier otro de carácter más o menos informal. Conviene señalar en este punto, que Manin no entiende las asambleas sorteadas como mecanismos de participación. A su parecer, la lógica de la participación es muy distinta y considera que favorecerla, debe continuar siendo una tarea de la que se ocupen los partidos políticos u otros grupos organizados, en función de sus intereses legítimos. En el desarrollo de la sesión, algunos de los miembros del grupo de trabajo mostraban sus recelos ante la idea del sorteo argumentando que un grupo elegido al azar, y por lo tanto de manera aleatoria, no reflejaría la verdadera dimensión de la relación de fuerzas antagónicas presentes socialmente. Esta distorsión, explican, tendería a ocultar relaciones de dominación que la composición proporcional de las cámaras, en un principio y de manera ideal, sí deberían reflejar. Los defensores de este argumento, reconocen al mismo tiempo, que los partidos de masas han sufrido un proceso de cierre y que han limitado mucho la posibilidad de participar a un gran número de personas. No obstante, como alternativa, sugieren mecanismos como los que posibilitan las nuevas tecnologías (teléfonos móviles, internet) para desarrollar procesos de debate participativos (el presidente del grupo de trabajo y de la Asamblea Nacional, Claude Bartolone, hace referencia a la herramienta virtual que utilizó Podemos para elaborar su programa electoral y en la que participaron más de 15.000 personas). En respuesta a estas apreciaciones, Manin insiste en su idea de que las distintas formas de participación política son compatibles con la existencia de las asambleas sorteadas, puesto que ofrecen resultados muy diferentes. A propósito de la primera objeción, sobre la relación de fuerzas, explica que los grupos sorteados están compuestos, de manera ideal, por personas que no se conocen y que son convocadas para deliberar y emitir una opinión razonada sobre un tema concreto. Se trata pues de razonar, utilizando argumentos, a partir de las informaciones que se van acumulando, y de los juicios que se forman en el transcurso de los debates. No existe una lógica de confrontación partidista o ideológica. En el caso del recurso a las nuevas tecnologías, Manin advierte que los grupos se movilizan siguiendo criterios de afinidad y que por lo tanto, las diferencias, en cuanto a las opiniones, suelen ser mínimas. Otro problema añadido es que esos grupos tienen un acceso muy limitado a la información, o más bien, recurren a informaciones que son bien valoradas por la mayoría. En un grupo sorteado, por el contrario, sus miembros tienen a su alcance información que no tendrían en un círculo de su elección. Para acabar con la cuestión de la participación, Manin explica de qué modo el sorteo puede ser útil, incluso si se utiliza de manera complementaria a uno de los mecanismos más defendidos para la participación, el referéndum. Para ello hace referencia al estado de Oregón, en Estados Unidos, donde hacen uso del referéndum a instancia de los ciudadanos de manera frecuente. En este caso, una asamblea sorteada delibera sobre el tema del que trate la consulta y el informe que emiten se envía por correo postal junto con el resto de la propaganda electoral.
Recordemos en este momento, que Manin considera a las democracias representativas como sistemas imperfectos que se encuentran constantemente en crisis. La introducción del sorteo, como mecanismo de deliberación disponible para ciudadanos “ordinarios” que tienen la oportunidad de opinar sobre temas concretos, con carácter meramente consultivo, reforzaría la dimensión de la responsabilidad de los representantes electos. En este sentido, Manin defiende que esa sería una herramienta útil para la necesaria rendición de cuentas. En la medida en que los resultados de la deliberación se hiciesen públicos, los cargos públicos deberían justificar sus decisiones. Ciertamente, tal vez fuese más difícil explicar las razones por las que se adoptan unas u otras medidas, a favor o en contra, pero esa obligación de claridad reforzaría la legitimidad, ahora muy erosionada, de los representantes frente a los representados. En la propuesta de Manin, están inevitablemente las fuentes de la democracia griega, en la que recordemos que las instituciones del sorteo, la rendición de cuentas y la rotación de cargos iban siempre unidas.
Sobre la rotación de cargos también se discutió en este grupo de trabajo. Concretamente, sus miembros estaban interesados en la cuestión de la limitación de mandatos. En este punto, Manin defiende la importancia de la continuidad de los proyectos políticos y la pone en relación con la responsabilidad, y por lo tanto, como ya hemos visto, con la rendición de cuentas. Manin no excluye la posibilidad de limitar el tiempo durante el que un dirigente puede permanecer en un cargo, pero sí señala que la continuidad es lo que permite que un proyecto político se someta, a largo plazo, a la sanción de los ciudadanos en las urnas. En este sentido, Manin identifica en los políticos una suerte de irresponsabilidad, “una miopía estructural”, que hace que tiendan a pensar en el corto plazo. A su juicio, el compromiso de permanencia de un proyecto político (no debemos pensar solo en personas) a largo plazo es lo que hará que sus dirigentes se comporten de manera responsable. Vemos con claridad que Manin, habiendo identificado los problemas de la representación en nuestras democracias, no pone tanto el acento en la voluntad de participar de los agentes, como en los problemas que atraviesan a las organizaciones políticas y a las instituciones. Porque cuando se trata de participar, el sorteo presenta un problema que aún está por explicar, y es que un número muy elevado de personas elegidas al azar lo rechazan. Manin explica que en experiencias donde se hace un uso intensivo del sorteo, la tasa de rechazo a participar supera el 80%.
Para terminar, queda decir que tras la intervención de Bernard Manin, se introdujo en el cuestionario que debían completar los miembros del grupo, una pregunta sobre el sorteo. Se preguntaba si se consideraba conveniente, en caso de abordar una reforma del Senado, la posibilidad de elegir una parte del mismo por sorteo. El valor medio de la adhesión a la propuesta fue de 2,2 (más bien en desacuerdo), por lo que no fue incluida en las diecisiete recomendaciones. 

jueves, 18 de febrero de 2016

"CIUDADANÍA Y APROPIACIÓN TECNOLÓGICA, un artículo de Javier Moreno Gálvez


Francisco Javier Moreno Gálvez, quien se ocupa nuestro proyecto de la utilización participativa de las nuevas tecnologías (con especial atención al uso del sorteo), acaba de publicar este interesante artículo sobre los sesgos sociales en la apropiación tecnológica. Véase el enlace en la Revista Internacional de Pensamiento Político, nº 10, 2015. 

domingo, 14 de febrero de 2016

Erosión de la participación ciudadana en la movilización social: cierres organizativos y repliegues sobre el capital escolar

Imagen de Edu Bayer ilustrando el artítulo “15-M, una fecha especial”, eldiario.es

La irrupción del movimiento 15M y todos los procesos que lo propiciaron, resonaron y colaboraron con él han impulsado una sacudida contundente del campo político colocando en el centro del debate dos elementos fundamentales e íntimamente ligados. a) La necesaria transformación de su lógica estructural, cuya dinámica estaba completamente ordenada sobre la ruptura entre representantes y representadas, entre los y las profesionales de la política y el mundo profano; y b) la convicción de que las decisiones políticas solamente serán efectivas y eficaces para las poblaciones a quienes dicen representar (o ir dirigidas) cuando éstas mismas tomen parte de los procesos de deliberación, representación y toma de decisiones.

A través del análisis de material etnográfico producto de un estudio de caso sobre el movimiento 15M, he explorado analíticamente dos formas concretas (hay más) que erosionan las posibilidades de una participación social plural y diversa en asambleas igualitarias: los repliegues sobre el capital escolar y los cierres sobre el capital militante. Este trabajo ha quedado publicado en el artículo “Erosión de la participación ciudadana en la movilización social: cierres organizativos y repliegues sobre el capital escolar” (revista Empiria, nº33, pp. 65-87). Porque toda apuesta de radicalidad democrática está acechada por diversas derivas que terminan fulminando cualquier aspiración igualitaria, salvo que se corrijan mediante procedimientos institucionalizados de reparto de responsabilidades y gestión de los procesos de deliberación y toma de decisiones (sorteo y rotación). 

Este artículo recoge, además, un diálogo entre la corriente preponderante en nuestro contexto, la escuela anglosajona del campo de las ciencias políticas, con una tradición tremendamente rica y lamentablemente poco recepcionada (menos aún operativizada empíricamente) como es la escuela francesa bourdisiana. Todo ello a propósito del análisis del proceso de enmarcado y la construcción de la dimensión colectiva (en tanto que problema y producto de un trabajo social) y del desarrollo de los conceptos de capital militante y capital escolar.

Un análisis de estas características sobre movimientos con claras apuestas democráticas y organización asamblearia suele resultar desconcertante pues apunta a detonar buena parte de las idealizaciones que mantenemos cotidianamente sobre colectivos dinamizados por el desinterés y la ausencia de retribuciones materiales directas ligadas a la representatividad institucional: el espacio de los movimientos sociales. Pese a todo, y desde el más escrupuloso compromiso político y científico, merece la pena una aproximación etnográfica a estos procesos de deterioro democrático. Porque cualquier proceso asambleario ciudadano debe ser capaz de combatir los cierres organizativos que impidan ingresos de las más variadas posiciones y trayectorias sociales; el establecimiento de una división social del trabajo contestatario al interior de la organización; así como la colonización de rutinas y estructuras de funcionamiento importadas del mundo escolar. 

sábado, 13 de febrero de 2016

Maquiavelo y los cargos de libre designación


Una de las diferencias fundamentales entre una monarquía y una república es que la primera sólo tiene una instancia de asignación de retribuciones, mientras que la segunda permite a quien lo desee sobresalir en la esfera pública. La condición de una esfera pública limpia es un justo reparto de las retribuciones y de los castigos. Los segundos, resultado de malos comportamientos, nunca deben atemperarse por el recuerdo de buenos. Dado que los hombres ni son buenos del todo, ni tampoco demonios, lo más útil es penalizar duramente las peores tendencias. 
Es posible que alguien piense que sobre tales cuestiones mejor no hablar. El peligro es absoluto. No sólo por la posibilidad de que los malos se cuelen en la ambigüedad, sino también porque los buenos dejan de estar prevenidos contra las envidias. Efectivamente, cuando alguien sobresale en exceso ve crearse contra él una coalición de quienes temen dos cosas: que recoja para él toda la luz pública (y deje a los demás en la grisura y desenfocados) y, algo racional, que tanta virtud lo convierta en un tirano, en alguien imprescindible, en una persona que por su sola presencia acogote a los demás. Es mejor fomentar un sistema de gratitud e ingratitud pública donde sean muchos los reforzados, donde se permita que brillen los más y no se restrinja el acceso público a los premios. Por eso, se argumentaba, la rotación es importante: redistribuye al máximo las posibilidades de brillar –pero también de ser castigado-.
Lo que acabo de contar se encuentra en los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, en concreto en sus capítulos 24, 27, 28 y 30. El asunto de la rotación se encuentra en los argumentos a favor del sorteo (cuyo valor en este punto se reconoce por el partidario de la elección) presente en un dialogo de Francesco Guicciardini  “Del moto di eleggere gli uffici nel consiglio grande”, que yo leo según la traducción disponible aquí
Problemas fundamentales de filosofía de lo público: ¿cómo organizar la distribución del reconocimiento? La posición de Maquiavelo –y del defensor del sorteo en el dialogo de Guicciardini- era permitir que el número más grande posible de personas obtuvieran reconocimiento público, por dos razones: evitaba la concentración de recursos políticos en pocas personas y estimulaba las vocaciones públicas.
Puede discutirse si esta visión de la vida activa, volcada hacia lo público, no es demasiado optimista. Tal vez, como explicó con realismo Benjamin Constant, la libertad de los modernos exige democracias con costes de implicación muy pobres, que permitan a la gente realizarse allí donde lo desea: en sus industrias, goces y ganancias privadas. Quizás Constant advirtiese un cambio antropológico irreversible (sobre la cuestión traté, desde otro ángulo, en esta entrada).
Mas incluso si el marco antropológico de Maquiavelo y Guicciardini se perdió para siempre, podemos recuperar sus problemas para algunos debates actuales. Sin ir más lejos, el de los cargos de libre designación, considerados por muchos, con razón o sin ella, un ejemplo de la privatización de los espacios públicos y de uno de los lugares de construcción del clientelismo y de las aristocracias políticas.   
Un cargo de libre designación incluye un reconocimiento simbólico y, en ocasiones, un estipendio económico. Ambos deben ser tenidos en cuenta: el primero permite brillar y el segundo comer, necesidades fundamentales en un ser humano, lleve o no razón Constant. Para no dejar la cuestión al albur de monarcas o aristócratas de hecho (que funcionan mandando por encima de los reglamentos y leyes) sólo se me ocurre abordar la cuestión como lo hacían Maquiavelo y Guicciardini: de frente, de manera republicana. Y el debate debe abrirse sobre dos cuestiones. Primera: ¿en qué temas hacen falta cargos de libre designación? Segunda: ¿cómo deben seleccionarse? Entiendo que, en lo primero,  deben contarse con la inexistencia de funcionarios o trabajadores disponibles (o se incurriría en un desperdicio público del talento y la motivación). También que deben objetivarse al máximo las cualificaciones requeridas. Respecto de lo segundo, entiendo que la condición del proceso de selección no debe ser la cercanía al jefe del partido o retribuciones por los servicios prestados a la causa. Si se admite esto último, debería habilitarse algo así como un “causómetro” para que los camaradas oscuros, o que no conocen, o se asquean de, las técnicas del marketing activista, puedan hacer valer sus esfuerzos. Si se considera que no conocer las técnicas del marketing activista es un demérito, fruto de personas ancladas en valores semifeudales (por  quijotescos e inadvertidamente aristocráticos), debería promoverse gratuitamente el emprendimiento militante.